
Brisa K tenía 16 años cuando escuchó por primera vez el rumor que corría por el colegio: había unas fotos íntimas de ella dando vueltas por los teléfonos de sus compañeros. Fue una amiga la que le puso palabras concretas.
—Están hablando de unas fotos tuyas de contenido sexual— le dijo.
Se trataba de fotos cuya difusión, por supuesto, Brisa no había consentido. Por un lado, había imágenes sexuales que se había tomado con su ex novio y otras que él le había sacado sin que ella supiera. Por otro lado, había fotos de ella desnuda, personales.
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A eso se sumaban fotos de desnudez, “de esas que una, por no tener educación en estos temas, se toma sin pensar en los riesgos”, sigue.
Por el estigma que suele provocar la difusión de imágenes sexuales no consentidas en las mujeres, lo primero que quiso hacer fue “esconder toda la situación”. Después, se puso a desandar el camino del rumor: “Fui hablando con cada persona para que me guiara a la anterior. Una que me decía ‘yo lo escuché de tal’, esa otra persona que me decía ‘a mí me lo dijo tal’. Así hasta que encontré al último eslabón, el culpable”.
Se comunicó con ese ex novio, pero no porque creyera que él las había difundido. “La hipótesis, según decían todos, era que un amigo de él le había sacado el teléfono, se había hecho pasar por él y había mandado las fotos”.
Su ex se enojó tanto cuando se enteró que “en vez de ayudarme, sólo causó más problemas, porque yo no quería estar expuesta y lo que él hizo fue buscar a uno por uno y querer darle su merecido. A todos, a quien le había robado las fotos y a quienes las habían compartido”.
Sintió vergüenza, decepción, que la habían traicionado
Había, entonces, un responsable directo y otros que se habían convertido, con o sin dimensión del daño que estaban causando, en cómplices . “Eran adolescentes de 16 años, cuando él los fue a buscar se empezó a revolotear todo el colegio y los padres decidieron tomar cartas en el asunto”.
Lo que hicieron en 2017 los padres de ese grupo de alumnos deja en evidencia la poca confianza que se le tiene a la Justicia en todos los temas vinculados a la llamada “violencia digital”, aún cuando la víctima es una menor de edad. Y la poca dimensión del daño que puede causar.
Mientras sufría en silencio, los padres decidieron secuestrarle el teléfono al alumno que había robado y difundido las fotos y borrarlas, aunque en ese momento ya habían pasado de teléfono en teléfono y nadie podía saber qué tan lejos habían llegado.
“Mi forma de empoderarme fue hacer de cuenta que nada había pasado, y seguir”, cuenta
El daño ya estaba hecho. “Las fotos habían llegado a mucha gente, también de mi entorno personal, por lo que sentía una vergüenza enorme. También sentía una gran decepción por esos amigos que me habían traicionado , que habían pasado mucho tiempo sin decirme lo que estaba pasando o habían compartido las fotos. No era sólo la vergüenza, era la confianza destruida”.
Lo que siguió fue “un vía crucis muy feo, un dolor muy grande que mantuve escondido y que no le pude contar a nadie. Yo simplemente quería hacer de cuenta que estaba todo bien, que era una chica normal, que a las chicas normales no les pasan esas cosas, y que las chicas tienen que ‘cuidar su integridad’. De hecho, eso fue lo que me dijeron algunos de esos padres, que yo no había cuidado mi integridad como mujer”
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Su intención era hacer de cuenta que aquello había muerto y estaba enterrado, pero como toda forma de violencia lo único que hizo fue crecer.
El terror
La segunda vez sucedió a comienzos del 2020, poco antes de que la pandemia obligara al mundo a permanecer en el encierro. Ya habían pasado 3 años de aquello que había sucedido en el colegio.
“El primer mensaje que recibí fue mientras iba a inscribirme a la facultad”, recuerda. Se había puesto de novia, por lo que el mensaje no sólo le llegó a ella. “Lo recibí yo y lo recibió mi novio. Parecía de esos mensajes de una cuenta falsa, de esos que uno no abre. Decía ‘tengo tal cosa’. Parecía un spam, así que le dije ‘no le des bola’”.
El siguiente mensaje era una foto junto a su ex novio. No una foto sexual sino una imagen de una situación cotidiana. “Era la forma de decirme ‘de esto te estoy hablando, por si no entendiste’ . Decía que había encontrado una tarjeta SIM y tenía muchas fotos mías, y ahí me di cuenta de que estaba pasando algo malo, otra vez. Todo el dolor que yo creí que había superado, volvió”.
No había visto las fotos cuando se difundieron en el colegio pero esta vez fue distinto, porque se las mandaron directamente a ella. “Y empezó la extorsión, dedicó mucho tiempo a amenazarme. Me decía ‘contestame, si no me contestás las publico’”.
La tristeza la tenía tomada. “Era un llanto desesperado y mucha angustia, de no poder respirar casi. No dormía, cerraba los ojos pero estaba todo el tiempo pensando en eso. Me levantaba, miraba el celular y tenía un mensaje nuevo. A esa altura esa persona ya le había mandado las fotos a mi mamá y a mi papá, a mi novio”.
No había un pedido concreto en la extorsión: un “si no me das plata hago tal cosa” o “si no nos vemos hago tal otra”. “Su circo era sólo generar el daño” , cuenta.
A pesar del evidente daño que la violencia digital puede causar, en Argentina la difusión sin consentimiento de imágenes con contenidos sexuales o eróticos aún no es un delito.
Las fotos, esta vez, llegaron a hermanos, tíos, primos, cuñados . “Se metía en mis redes sociales y las ponía en los comentarios. Tuvo una ventaja que no muchas víctimas tienen: su familia y su novio la apoyaron, pudo empezar terapia y no hundirse en el dolor.
No estaba rota, era “la mala víctima”. “Tendría que haber intentado suicidarme o haberme muerto directamente”, lamenta. La causa se cerró y no se investigó quién era el o la responsable por lo que Camila no sabe si fue la misma persona que la hostigó en 2017 u otra . Esa persona hoy goza de impunidad absoluta. Nadie se ocupó tampoco de obligar a Facebook, por ejemplo, a eliminar esas fotos.
El Proyecto Olimpia
“El corazón del proyecto es que dentro de poco, si a vos te llegan fotos o videos de este tipo, lo políticamente correcto sea no difundirlos. Que originar o compartir un video o unas fotos sea visto como una forma de violencia. Que el miedo, de una vez por todas, cambie de bando”.
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