
De este modo, mientras que procastinar le consumió casi toda su popularidad cuarenténica a Alberto Fernández, para Mauricio Macri resulta una estrategia perfectamente racional en pos de lograr su ansiado “segundo tiempo” presidencial.
Por esta razón, para él el silencio es la mejor opción para dejar pasar el tiempo, mientras asiste plácidamente al desgarramiento mutuo que los principales competidores dentro de Juntos por el Cambio impulsan cotidianamente. A lo sumo, se limita a presentarse como comentarista o árbitro en última instancia, con el convencimiento de que, en medio del caos preelectoral que conducirá esa conmoción interna, será la figura de consenso para evitar el estallido de la coalición opositora.
¿Para qué exponerse ahora, a un año de las PASO, a sumarse al coro de competidores actual -con Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal y Gerardo Morales en la primera fila-, cuando esto sólo le supondría ser uno más de los que participan del juego de vetos y acusaciones cruzadas? Como árbitro en última instancia ha recuperado su condición de jefe y de fundador de JxC. Y puede acicatear a todos para abrir nuevos focos de discordia.
En este contexto, Macri es el dueño de la agenda. Arroja temas a la hoguera para que sus competidores deban esquivar el fuego. Y así, de manera imperceptible, el tiempo va pasando, el gobierno se consume en un laberinto sin salida, y el ajuste y la inflación cotidianos van generando las condiciones para “hacer lo mismo, pero más rápido”, con el que sueña para su “segundo tiempo”.