A pesar de la diferencia, dos hechos se vislumbran en las distintas encuestas.

A poco menos de un mes de la elección presidencial que se celebrará el 2 de octubre en Brasil, crece la polarización entre los dos principales candidatos: el actual presidente, Jair Bolsonaro, y su principal retador, el líder del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva. En un contexto en el que las encuestas no logran esclarecer si habrá victoria opositora sin necesidad de ballotage y en el que dos militantes de izquierda ya fueron asesinados por ultraderechistas por cuestiones políticas, el mandatario juega fuerte y busca aprovechar la movilización por los 200 años de independencia nacional; mientras que el sindicalista profundiza sus alianzas con los sectores más moderados en busca del voto indeciso. Con estos antecedentes y ante una probable definición mano a mano, también aumenta el temor a un posible desconocimiento de una derrota por parte del oficialismo.

Hasta hace unas semanas, en la militancia petista existía la percepción de que se podía ganar directamente en primera vuelta, para lo que se necesita el 50% de los votos válidos más uno, pero los últimos sondeos de opinión no aseguran ese escenario. Por un lado, la última encuesta de Datafolha le adjudicó a Da Silva un 45% de intención de voto y a Bolsonaro, un 34%, la menor diferencia desde mayo de 2021. Por el otro, el último sondeo de IPEC estiró la diferencia a 46% a 31% y mostró que, en votos válidos, el PT obtendría el 51% para evitar un segundo turno el domingo 30 de octubre. A pesar de la diferencia, dos hechos se vislumbran en las distintas encuestas. Por un lado, la candidatura de Lula dejó de crecer y se estabilizó en torno al 45%, una meseta de la cual no logra salir. Por el otro, si bien Bolsonaro achica la distancia, tampoco logra despegar y no evitaría ser derrotado. De todas maneras, el escenario de una victoria sin segunda vuelta, algo que solo logró Fernando Henrique Cardoso en 1998 desde el retorno a la democracia, se confirmará o no en la noche del 2 de octubre.

A raíz de esto, Lula busca pescar en el electorado evangélico, una población que se duplicó en las últimas dos décadas, que en la actualidad representa al 27% del electorado y que, en general, le resulta adversa. El viernes pasado, mantuvo un encuentro con pastores, su campaña lanzó un spot que asegura que “no es pecado votar por Lula” y este lunes confirmó su alianza con su exministra de Medio Ambiente y referente evangélica Marina Silva, quien enfrentó al PT durante los últimos años. “Esa alianza puede funcionar más por el voto de los evangélicos que por su electorado, porque Marina ya no tiene tanta gente”, analizó una fuente del partido. En este rubro, Lula corre con desventaja, porque el evangelismo es uno de los bastiones de Bolsonaro. Según Datafolha, el jefe de Estado conseguiría el 51% de los votos de esta comunidad, mientras que Lula captaría el 28%.

El resultado electoral es una incógnita, así como lo es la respuesta de Bolsonaro ante una posible derrota, un escenario que anticipan todas las encuestas en una eventual segunda vuelta. “Son las elecciones más duras que Brasil ha enfrentado y teóricamente se van a realizar en un ambiente de democracia, pero con un presidente que la ataca todos los días”, aseguró Leitão, quien consideró que “la gente tiene que estar preparada porque la postura de Bolsonaro es muy antidemocrática”.

La posibilidad de que el jefe de Estado no reconozca una victoria del PT, algo que dijo reiteradas veces, es un temor que persiste. La Justicia investiga a un grupo de empresarios oficialistas que promovían un golpe de Estado ante este escenario, el antecedente de Donald Trump, quien manifestó su apoyo público al presidente; el asesinato de dos militantes del PT por hombres bolsonaristas y el crecimiento de la población armada aumentan las preocupaciones.

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