Pero lo cierto es que la realidad eclesiástica y su jerarquía siguen caminando alejadas de la doctrina del pontífice jesuita.

Muchos han querido ver la reciente salida del cardenal ultraconservador Antonio Cañizares de la archidiócesis de Valencia y la rápida aceptación de la renuncia del también polémico y derechista obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plà, ambos episodios separados por apenas 20 días, como un soplo de aire renovador traído por el papa Francisco a la Iglesia española.

El nuevo arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, o el actual arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, son algunos ejemplos recientes. Para Pepa Moleón, activista y miembro de la organización eclesial Revuelta de Mujeres en la Iglesia, estos datos producen “desafección” tanto en los creyentes de a pie como en las asociaciones de cristianos de base. Su experiencia en los últimos años, cuenta, es que en la mayoría de las diócesis “la interlocución es muy difícil” con los obispos, que siguen siendo conservadores “y viven muy alejados del pueblo”.

Si se toman como referencias los discursos públicos de los 74 obispos españoles, sus posturas ante problemas sociales publicadas en la prensa, las políticas que siguen en sus diócesis y fuentes internas eclesiásticas, al menos el 70% de los prelados españoles siguen la línea dura que tanto fomentaron los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Además, a los prelados activos hay que sumar otros 34 retirados, también de mayoría tradicionalista, que continúan teniendo influencia dentro de la jerarquía. Esto convierte a la pirámide de poder de la Iglesia española (compuesta por dos cardenales, 46 obispos, 15 arzobispos y 11 prelados auxiliares en activo) en una de las más conservadoras del mundo. “Con estos nombramientos se sigue reforzando la orientación conservadora de la jerarquía eclesiástica católica. Por lo que la propia reforma del papa Francisco no ha pasado los Pirineos”, analiza el teólogo Juan José Tamayo.

De cualquier forma, el papel del nuncio es clave, ya que es el que hace llegar a Roma (o echa para atrás) los nombres que considera oportunos. Antes de enviar sus candidatos al Vaticano, realiza una investigación para recabar información sobre los nombres que le han llegado. Envía cartas a clérigos y les pide que hagan llegar datos relevantes del aspirante: su estado de salud, su ideología, nivel académico, su trabajo pastoral, si ha estado implicado en un caso de abusos sexuales, etcétera.

Una vez que se produzca una vacante o sea necesario el trabajo de un obispo auxiliar, el nuncio selecciona a varios candidatos y les llama para preguntarle si estarían dispuestos a aceptar el cargo. “Se te escucha en las ternas”, es la frase coloquial que se utiliza. La terna del nuncio la recibe la Congregación de los Obispos, el órgano competente del Vaticano para valorarla. Esta entidad hará otra criba de nombres para hacérselos llegar al Papa.

El cardenal ultraconservador, arzobispo de Madrid y durante dos mandatos presidente de la CEE Antonio María Rouco fue miembro de este organismo entre 1998 y 2014, año en el que el Papa admitió su renuncia con 78 años. “Su poder fue y sigue siendo inmenso en esta organización a la hora de nombrar obispos españoles, siempre afines a él. Es vox populi que colocó a su sobrino [Alfonso Carrasco Rouco] en Lugo”, afirma el especialista.

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