La vida de una mujer que, antes de ser la “influencer sexual” que es hoy, fue, entre otras cosas, piquetera.

Es una mañana fresca de otoño y la noticia está en todos los medios: “Miles de piqueteros siguen acampando sobre la 9 de julio”. En su casa, en Avellaneda, Silvina pispea las noticias mientras termina de maquillarse, se para erguida frente a la cámara, se conecta. Son las 9 en punto de la mañana y la mujer que aparece en la pantalla tiene el cuerpo envuelto en un catsuit verde cotorra y dos colitas con pompones. La historia que está por contar es su historia: la vida de una mujer que, antes de ser la “influencer sexual” que es hoy, fue, entre otras cosas, piquetera.

Su nombre: Silvina Soria, aunque en las redes sociales cambia de piel cada vez que alguien le denuncia una cuenta y se la dan de baja: “Silvina Soria diosa”, “Silvina Soria hot”, “Silvina Soria top”, son algunas de sus variantes. Entre todas sus redes suma hoy casi un millón de seguidorespero lo cierto es que supo tener muchos más. ¿Cómo? Gracias a un video de 15 segundos que alcanzó las 32 millones de reproducciones en Tik Tok en una semana.

En el video en cuestión Silvina simplemente se sienta en la ducha del baño vidriado de un hotel alojamiento y abre levemente las piernas. Tiene un un vestido dorado metalizado, tipo Shakira, y no tiene ropa interior. El video funciona como el porno de antes, en donde había que hacer la parabólica humana para ver: acá los usuarios piden “el VAR”, ponen pausa, agrandan la pantalla, vuelven a ver. Cuando se la denunciaron y Tik Tok la dio de baja, esa cuenta tenía 856.000 seguidores.

Silvina tiene 35 años y aunque ahora esté de pie, enfundada en su catsuit importado y frente a un aro de luz, ésta es, usualmente, la hora de su faceta “ama de casa y madre”. Está separada y tiene tres hijos -una de 9, otro de 5, la menor tiene 4 años-, y acaba de terminar de prepararlos para ir al colegio y al jardín.

Lo que sigue es la historia de una mujer que se define como “influencer sexual”, “modelo de sexo” o “productora de erotismo”, aunque su historia comienza en la pobreza y está atravesada por una gran tragedia.

Cortar la calle

Era 2001, el año del quiebre social en Argentina, y en la casa de Silvina vivían cuatro hijas con una mamá y un papá que, en el mejor de los casos, sobrevivían con changas: la mujer, de limpieza, el hombre, de albañilería. La casa era precaria, un barrio de calles de tierra en Ingeniero Allan, en la zona sur del Gran Buenos Aires.

Yo me daba cuenta de que no valía la pena, que nos estaban manejando, hasta el gobierno nos estaba usando…pero ¿qué pasaba? Mi mamá estaba metida ahí y como que te lavan el cerebro y también te amenazan: ‘Si faltás al piquete, te sacamos el plan’”. La situación familiar no mejoró y Silvina siguió siendo piquetera durante el 2002 y el 2003.

Se habían distanciado, en el camino, del resto de la familia, porque su abuela vivía en la Ciudad de Buenos Aires y representaba un discurso que todos hemos escuchado: de un lado el “necesitamos comer”, del otro “nosotros somos laburantes, necesitamos circular”.

Durante los años que siguieron, Silvina se fue convirtiendo en esto que es hoy: una mujer que graba y vende videos eróticos y porno a pedido de sus seguidores, y vende minutos de sexo virtual por videollamada. Una mirada posible -tal vez la más obvia- es pensar que no eligió nada, sino que todas las vulnerabilidades que arrastraba la dejaron regalada para terminar haciendo algo “denigrante”.

Silvina levanta las cejas ante el comentario: “Yo elijo lo que hago”, contesta. “Yo elijo comercializar mis videos. No es un trabajo para cualquiera, hay que ser viva, saber vender, yo les mando una foto a mis seguidores y los mantengo calientes, hago que quieran más. Hay que ser buena vendedora, buena convenciendo, no es solamente ponerse una bombachita y tirarse en la cama”.

¿Por qué eligió seguir en este trabajo y no en los que tuvo antes, en la fábrica de helados, por ejemplo? En el dinero hay una respuesta inmediata: “Un mes malo -cuenta- gano unos 150.000 pesos. El mes que más gané me lo acuerdo perfecto: medio millón de pesos”.

Igual, los prejuicios existen, como existían cuando era piquetera. “Mis hermanas nunca dijeron nada pero siempre se notó una pequeña molestia, como que ellas piensan que es denigrante ser lo que soy. Piensan que ellas van por el lado correcto porque una estudia enfermería, cuando el otro día en el noticiero dijeron que las enfermeras están buscando laburo en las peluquerías porque se están muriendo de hambre. La otra porque está estudiando Ingeniería en Informática, y hace siete años que está en el CBC…. o sea, ellas creen que son mejores que yo, pero a mí me va bien”.

Un día bueno -saca la cuenta al aire- puede ganar 50.000 pesos; uno malo, 5.000. “Un día en cero nunca tuve”, cierra, y levanta las cejas de nuevo, una forma de evocar todos los días en cero de su adolescencia. Después se despide: es jefa de hogar y, como tal, tiene que encarar las compras y el almuerzo antes de ir a buscar a sus hijos al colegio.