
Creer o reventar. La perversa lógica de la política argentina no deja de sorprender. El plan del gobierno para suprimir las PASO partía del diagnóstico de que, en ese escenario, Juntos por el Cambio explotaría por los aires, ante la imposibilidad de dirimir las candidaturas en una competencia interna, tal como sucedió con las legislativas de 2021.
Pero lo que no esperaban en modo alguno era que Mauricio Macri –más allá de lo que pueda afirmar en público- estuviera de acuerdo con esa idea. Su razonamiento es sencillo: el gobierno no está en condiciones de llegar al 40 por ciento con 10 puntos de diferencia en la primera vuelta. Y, más allá de lo que las encuestas puedan afirmar sobre su imagen, el ex presidente sería el triunfador en una interna del Pro. De este modo, al radicalismo no le quedaría otro remedio de encolumnarse tras su candidatura –en los mismos términos que en 2015-, o bien presentar una tercera lista. Al dividirse los votos por tres, habría un inevitable ballotage. Y allí el ex presidente sabe que se llevaría los votos de todos aquellos que elegirían a Satanás antes que a Cristina o a quien ella designe.
Pero hay, además, una jugada adicional. En el entorno del ex presidente se da por descontada su próxima jugada: revalorizar la figura de María Eugenia Vidal para que lo acompañe en el binomio presidencial, en detrimento de las aspiraciones de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
En un país copiado por la grieta, una vez más, las estrategias de Macri y Cristina son coincidentes. Y no es casualidad.