El jueves por la noche llegó el tan esperado momento del debut, y el público se veía ansioso y dispuesto a disfrutar cada gesto, sonido y mohín.

La expectativa por ver a Rosalía en vivo con su Motomami Tour era inmensa, a tal punto que las 15 mil entradas del Movistar Arena se agotaron en cuestión de minutos y hubo que agregar otra fecha más, que también se vendió en tiempo record.

El jueves por la noche llegó el tan esperado momento del debut, y el público se veía ansioso y dispuesto a disfrutar cada gesto, sonido y mohín. Y así fue: un concierto espectacular que rompió muchos preconceptos de lo que “debe” ser un recital.

El punto de partida fue el álbum que este año causó conmoción en todo el mundo, aunque ese impacto luego fue eclipsado por el reciente hit Despechá, un inédito que sumó a la gira y terminó siendo editado casi a pedido del público que enloqueció en las redes sociales.

Con Motomami (el álbum), Rosalía corrió los límites de los sonidos y los estilos musicales. No es trap ni flamenco, pero también son ambas cosas y todo lo que hay en el medio. El desafío fue trasladarlo al vivo, y en lugar de armar una superproducción con decenas de músicos, decorados y bailarines, la talentosa cantante española optó por una apuesta digna de Bjôrk o Kanye West.

El concepto podría resumirse como una suerte de menos es más, pero tampoco es tan sencillo. Desde el vamos, con la luces del estadio más bajas, sonó a todo volumen el Matsuri Shake de la banda de punk experimental japonesa Ni Hao. Ovación general, y enseguida se apagaron las luces y se escuchó un infernal ruido a motos. El show había arrancado.

Los primeros temas

Rosalía en el Movistar Arena, primera fecha. Foto: Rafael Mario Quinteros

Rosalía subió a un escenario completamente despojado junto a sus ocho bailarines (o “motopapis”), todos con máscaras luminosas y caminando en cuatro patas. Al lado, como un integrante más, un camarógrafo con su steadycam filmaba todo desde muy cerca.

La canción que rompió el hielo fue Saoko, cantada por todo el estadio de pie. Siguieron Candy, Bizcochito y La fama, con el público coreando “Olé olé ole, Rosy, Rosy” con clima de cancha.

Cada tanto saludaba al público o mencionaba a Buenos Aires, pero antes de agarrar la guitarra eléctrica y cantar Dolerme recordó su visita de tres años atrás, “que era la primera actuación de gira y fue la primera vez que me acogían así fuera de mi casa”.

Su ADN flamenco se lució en De aquí no sales y Bulerías. Armó un clima extraordinario y enseguida dio un golpe de timón e hizo el tema Motomami, montada en una montaña humana con forma de moto.

Un show sin respiro

Aunque no mantuvo siempre el ritmo arriba, sino que varió con maestría la dinámica, Rosalía logró mantener siempre en alto la atención y energía del público, una tarea seguramente agotadora, ya que todo el peso del show recae sobre ella, sin respiro alguno.

En un momento Rosalía decidió leer los carteles y pancartas de los fans, con mucha simpatía y picardía. Hasta terminó cantando un tramo de Alfonsina y el mar, que solía hacer -dijo- cuando tenía 16 años.

Luego bajó entre la gente y convidó el micrófono para que algunos cantaran La noche de anoche. Volvió al escenario envuelta en una bandera y se sentó en un insólito sillón de peluquería y cantó Diablo mientras se cortaba algunas trenzas y se sacaba el maquillaje.

“Con tu permiso, Buenos Aires, me voy a despeinar”, comentó, y se sentó en un piano que apareció tan mágicamente como el sillón. Dio una gran versión de Hentai, por supuesto coreada por todos, y después volvieron los bailarines para Pienso en tu mirá.

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