Decían que lo que en verdad había normalizado eran la misoginia, la cosificación y la explotación sexual de las mujeres.

Hugh Hefner, que se consideraba a sí mismo feminista, había montado un infierno de orgías y abusos en la mansión que era vista por el mundo como un paraíso.

La modelo y abogada polaca había conocido a Hugh Hefner en un nightclub de Los Angeles seis años antes y había llegado a vivir otro par en su inefable casa como una de sus “novias oficiales”, pero ahora aseguraba que lo que desde afuera se veía como “un Disney para adultos” en realidad había sido cualquier cosa menos una experiencia divertida.

La otra cara de Hefner

St. James retrataba al fundador del imperio Playboy como un controlador que esclavizaba a su harem de rubias con un pago semanal de mil dólares, drogas y champagne Dom Perignon, para someterlas en fiestas sexuales en las que se negaba a usar preservativo mientras esperaba ansioso que las cantidades astronómicas de Viagra que consumía hicieran efecto sobre su cuerpo ya anciano.

Era el perfil de –como mínimo– lo que entonces se llamaba con indulgencia “un viejo verde”, pero el mundo no estaba listo aún para demoler la figura de quien durante décadas había sido considerado por muchos como uno de los padres –o de los abuelos– de la liberación sexual: después de todo, sus glamorosas “conejitas”, con sus sonrisas blanqueadas y sus escotes generosos, parecían demostrar no sólo que las mujeres podían disfrutar del sexo sin ser avergonzadas, sino que además podían darse vidas de reinas.

Hugh Hefner con sus “conejitas” en 2013. Algunas de ellas lo han denunciado como un controlador que esclavizaba a su harem con un pago semanal de mil dólares, drogas y champagne, para someterlas en fiestas sexuales en las que se negaba a usar preservativo

Hefner era el hombre que había inventado que el periodismo serio –escrito casi siempre por varones, pero donde también tenían lugar escritoras feministas como Margaret Atwood, Germaine Greer y Ursula Le Guin– podía intercalarse en una revista con imágenes de chicas desnudas; una voz fuerte contra el puritanismo en una sociedad en la que la libertad todavía era una fiesta de hombres.

Era bastante lógico que no se le prestara demasiada atención a la denuncia de St. James en 2006. Por entonces acababa de estrenarse en el popular canal E! Entertainment Television el reality The girls next door, que mostraba a Hefner como un pionero del poliamor, rodeado de sus tres novias Holly Madison, Bridget Marquardt y Kendra Wilkinson. No importaba si el único poliamoroso era él, el programa era un éxito porque mostraba por dentro la supuesta cotidianidad de la legendaria casa y las fiestas por las que habían pasado los actores, intelectuales y rockstars más famosos de su tiempo. Todo era alegre, liviano y sexy. Ser “conejita” todavía era para muchas chicas algo aspiracional y no había mayores cuestionamientos.

Holly Madison y Hugh Hefner. La rubia fue una de sus “novias principales”. Lo había conocido cuando él tenía 74 y ella 20. Los abusos que vivió allí se conocieron cuando publicó su libro de memorias (Denise Truscello/WireImage)

Pero cuando Holly Madison, que además de haber sido una de las “conejitas” y “novias principales” del reality de E!, había llegado incluso a tener uno propio –Holly’s World–, publicó en 2015 Down the Rabbit Hole: Curious Adventures and Cautionary Tales of a Former Playboy Bunny, con su versión sobre el infierno que era realmente esa mansión vista como un paraíso terrenal por la mayoría de los hombres del planeta, el libro entró en la lista de best-sellers de The New York Times. A un año del #MeToo y en plena revolución del feminismo de masas, el clima social había cambiado, y además Hugh Hefner ya era un anciano al que le quedaba poco y no podía oponer los recursos de siempre para protegerse.

Desde su primera noche en la mansión supo que el derecho a la admisión y permanencia implicaba sexo obligatorio con el dueño de casa. Hefner le había ofrecido Quaaludes –”las pastillas que en los setenta se conocían como ‘abre-piernas’”–, y si bien la modelo las había rechazado, estaba lo suficientemente borracha para no poder negarse cuando le dijeron que era hora de ir a su cuarto.

Melissa Taylor, Holly Madison, Hugh Hefner, Crystal Harris y Anna Berglund. Madison contó que desde su primera noche en la mansión supo que el derecho a la admisión y permanencia implicaba sexo obligatorio con el dueño de casa. Hefner le había ofrecido Quaaludes –”las pastillas que en los setenta se conocían como ‘abre-piernas’”–, y ella se negó (Getty Images for BASE Entertainment)

Fue la entonces “novia principal” de Hefner, Tina Jordan, la que la llevó hasta el cuarto donde frente a dos pantallas con porno duro, el magnate se masturbaba mientras las “conejitas” se tocaban entre ellas para complacerlo. Una de las chicas la empujó sobre el hombre; “Agarrate a la nueva”, dijo antes de que Madison sintiera el peso del cuerpo de Hefner encima. Como ella, la mayoría de sus compañeras estaban drogadas o borrachas, sin control alguno sobre la situación.

Las sesiones de sexo grupal ocurrían dos veces a la semana, cuenta también ahora Madison (que participó además del podcast Girls Next Level, junto a Marquardt) en el documental de A&E con los Secretos de Playboy (2022). El consentimiento nunca era requerido, se daba por hecho: si estaban ahí, era porque querían hacerlo.

Hefner reducía a sus “conejitas” a la esclavitud sexual de varias maneras. Por un lado estaba el pago semanal que las hacía depender por completo de él económicamente. Por otro, regía un toque de queda y a las habitantes de la casa se les prohibía invitar a otras parejas. También llevaba un “libro negro” –que supuestamente fue quemado tras su muerte–, en el que anotaba los detalles de con quiénes tenía sexo y en qué fecha. Pero además, había un sistema de violencia psicológica basado en la competencia entre las modelos.

Secretos de Playboy, documental de A&E

“Poco a poco, se volvió el líder de un imperio de mujeres que podía controlar. Y se dio cuenta de que hacer que las mujeres se enfrentaran por ser la Playmate del Año era como llevarlas a la parte superior de una pirámide. ¿Y qué hacía? Subía a unas cuatro o cinco de ellas y a las otras las iba bajando y las convertía en objetos sexuales de otros, casi siempre gente famosa o importante a la que el empresario luego podía influenciar o manejar a su antojo”, dijo la productora de Secretos de Playboy, Alexandra Dean, decidida a romper definitivamente con la “hermosa burbuja” que fue la mansión a los ojos del mundo.

Como dice en uno de los capítulos de la docuserie Jane Saginor, la hija del médico personal de Hefner, que se crió en la casa y también publicó su autobiografía: “Todo era oscuro y siniestro. Me enseñaron a ver a las mujeres como mercancía. Eso era degradar, no empoderar”. Ahora parece obvio que llamarlas “conejitas” era parte de la degradación a la estupidez y al sexo no consentido.

Hugh Hefner murió a los 91 años el 28 de septiembre de 2017 y muchos lo recordaron como un “ícono americano” (Dan Tuffs/Getty Images)

Ese mismo año se había estrenado American Playboy, un documental de Amazon inspirado en su vida y su influencia en la cultura estadounidense. Y parte de lo que contaba era cierto: Hefner había sido un impulsor de las libertades individuales y en especial de la liberación sexual. Pero en su imperio –y en el de una cultura cuyos resabios prevalecen hasta hoy– esa libertad era sólo para los hombres.

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